EL TRANSFONDO DE UNA CANCIÓN DE "EL ARREBATO"

Una de las tesis claves de la filosofía de Julián Marías es que la vida es una realidad dramática que está haciéndose constatemente: no se vive, se está viviendo. Estamos en plena evolución, cada instante es diferente de otro. Por ello, es frecuente que cuando volvemos sobre un libro que leímos o una canción que escuchamos anteriormente, al hacerlo en un momento diferente de la biografía de uno mismo, nos percatemos de detalles que en su momento pasaron desapercibidos. A mi juicio, esta es una experiencia agridulce: por una parte, permite comprobar cómo ha sido tu evolución -en mi caso, la relectura de libros de formación que leí hace un año, y comprobar que son mucho más inteligibles me ha resultado muy grato-; sin embargo, por otra, puede despertarse un sentimiento de pérdida de tiempo, pues se ha tenido que dedicarle tiempo a una cosa a la que ya se le dedicó para extraer una conclusión valiosa. 

Justamente, mientras iba en coche escuchando Radiolé han puesto una canción de Javier Labandón, conocido como "El Arrebato", que se llama "Me hace falta dinero". Aparentemente, por el autor, pudiera parecer que es una canción sin transfondo, una simple rumba bailable; pero si nos detenemos a escuchar con atención la letra encontramos una reflexión muy interesante. En la canción se narra ula historia de una persona, arrruinada, necesita dinero para poder comprarse unas botas para poder ir a la casa de su novia y aparentar ser "gente importante". Comienza repitiendo incesantemente -seis veces- la expresión "me hace falta dinero". Acto seguido, continúa con la siguiente estrofa: Y un tipo con sombrero/me paro y me dio un consejo:/Camina, camina, camina/con los bolsillos llenos que te suenen las monedas/y ya verás como la gente te para y te dice:/"vaya persona más buena".
Una vez expuesta la situación, se llega a la estrofa clave en la que él expresa su opinión: Pero, niña, yo no puedo estar de acuerdo/¿Cuánto vale ver un amanecer?/Ser protagonista de una canción./Dime cuánto vale ese beso/que ayer nos dimos tú y yo./¿Cuánto vale oír las olas del mar?/¿Cuánto vale un amigo de verdad?/¿Cuánto vale ser el dueño de tu vida,/tener tu propia verdad.?/Dime cuánto vale tu dignidad./Dime cuánto vale tu libertad.

¿Qué nos está planteando la canción? Que la cosas verdaderamente valiosas, las que alimentan el alma no son objetos materiales para cuya adquisición solamente se requiere dinero. Lo realmente necesario, si se quiere llevar una vida plena y feliz, no  depende de cuántos objetos tenemos en nuestro poder, pues estos, por su propia naturaleza, son perecederos y, además, únicamente experimentamos ilusión al desearlos pero, una vez en nuestra propiedad, dejan inmediatamente de interesarnos. ¿Quién no ha experimentado el deseo de tener un coche nuevo y, una vez comprado, ha entrado en una especie de enamoramiento que no dura más de tres meses y que, cuando esta concluye, acaba por no prestarle la más mínima atención? Normalmente, lo que nos aporta felicidad y momentos genuinamente valiosos es lo que proviene de dentro de nosotros y que, por consiguiente, no puede ser comprado ni adquirido porque solo nosotros somos los que podemos alcanzarlos. 

El problema de esta reflexión es que va contracorriente. El sistema capitalista, el cual yo defiendo porque no conozco otro modelo económico capaz de crear y distribuir la riqueza mejor, también tiene unas consecuencias nocivas que debemos ser conscientes de ellas. Una, sin duda, es la absoluta inoculación del consumismo a través de las nuevas tecnologías -generalmente, las redes sociales-. Mi compañero Alfonso Ballesteros, que está investigando sobre esta cuestión lo podría desarrollar mejor, pero lo que parece evidente es que cada vez estamos más expuestos a las redes sociales y, además, desde edades muy tempranas. Se ha yugulado la posibilidad a los ciudadanos de adquirir mecanismos de autodefensa, como el pensamiento crítico, ante las amenazas que sobre ellos se ciernen. 

Cada vez es más difícil apreciar, como decía Nuccio Ordine, la utilidad de lo inútil -entiéndase lo de inútil irónicamente-. No obstante, está en nuestras manos darnos cuenta de esta situación y, aunque sea a nivel personal, revelarnos, tomar distancia de las dinámicas sistémicas y buscar la verdadera felicidad: aquella que sale de dentro y no depende de factores externos.

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