Epístola a mi amigo N., un joven posmoderno

 Querido N., amigo posmoderno:

Te escribo esta misiva en el espacio sideral con el propósito tratar de ayudarte a salir del marasmo intelectual y social en el que llevas instalado hace unos años, especialmente desde que te mudaste a Madrid.

Estudiaste una carrera del montón, de esas rentabilísimas para la universidad que evacúa decenas de egresados al año, y la finalizaste con una expediente académico brillante. No sabías qué hacer, el mundo laboral lleva muy mal mucho tiempo, sobre todo en la zona de Levante, por lo que decidiste mudarte a Madrid a estudiar un máster no oficial pero que te aseguraba una buena "networking". Allí comenzaste a "malasañear" y "chuequear" con gente rara, aunque para ti son modernos, avanzados e, incluso, revolucionarios.  Ese ambiente te ha hecho darte cuenta de la necesidad de deconstruirte como hombre, de abandonar los vestigios de masculinidad que traías de casa, empezando por luchar contra la tiranía de los pollaviejas -como tú los llamas- de la RAE utilizando el lenguaje inclusivo. Ser un aliado feminista es tu nuevo objetivo vital. Ya no quedan referentes, pero, por suerte, vosotros, vosotras y vosotres habéis encontrado a la vuestra -o vuestro-: Elizabeth Duval. Qué valiente e inteligente es, señalas constantemente. Por supuesto, votáis a Sumar y os sentís profundamente arropados por el amor que irradia Yolanda Díaz en sus declaraciones. Ese tono infantil es para ti el necesario para que esta sociedad hostil avance. 

Cuando vuelves a Elche te das cuenta, mirando a tu derredor, de la necesidad de acabar con la tradición y las costumbres. Criticas furibundamente la idea de la familia tradicional -tener hijos es de privilegiados-, estás seguro que es imposible conseguir ser feliz siendo fiel a tu mujer o marido y tener hijos, hijas o hijes. La fidelidad es una rémora católica que debe desaparecer, una forma de posesión; por eso tus relaciones son abiertas, cada día estás con alguien diferente. Qué es eso de tener compromisos y deberes cuando lo verdaderamente importante es tener derechos para todos, todas y todes. Los deseos deben ser derechos y, quienes se opongan a ello, son altavoces de la extrema derecha que propagan discursos de odio. Consecuentemente, tú vas encadenando relaciones sexuales con cualquier persona sin importar qué sexo tenga asignado porque lo importante es el género, lo que la persona desea ser y cómo se autodetermine. Para ti, rechazar a alguien por su sexo biológico es transfobia, una forma de violencia estructural que debe perseguirse. 

En el trabajo no te va del todo mal, vives en la cárcel que es Madrid, donde gobierna la derecha que está alineada con los poderosos, pero es donde te han contratado. Cobras lo suficiente para vivir frisando los treinta años compartiendo piso con tres más. No te da para ahorrar, pero puedes irte a cenar al chino de la esquina con alguno de tus ligues de almoneda. La culpa es de Ayuso, a quien llamas IDA y loca, pero, claro, eso no es discurso de odio sino humor. La libertad de expresión siempre la ves a través de la ley del embudo: pegarle a un monigote de Pedro Sánchez es delito de odio, tirarle piedras a Rocío Monasterio o llamar desequilibrada a Ayuso es una crítica legítima. Aunque te hayan subido el alquiler dos veces en un año crees que la Ley de Vivienda es un avance social, pero que se queda corto: habría que expropiar más y poner un tope de 400€/mes a cualquier alquiler. Ya está bien de aprovecharse de los pobres. 

Estás muy concienciado con el medio ambiente y el cambio climático. Por eso, intentas ser eco-friendly y reciclar mucho. También te compadeces de la gente que tiene ecoansiedad: es un mal mayor en nuestro tiempo que debe atajarse de inmediato. No crees en la capacidad de autosuperación y en la necesidad de ser fuertes, de sobreponerse a los envites de la vida. Todo el mundo debe ir a terapia, tenga o no tenga patologías. Lo importante es darse cuenta de que somos dependientes. 

El poco tiempo libre que tienes lo dedicas a ver charlas TEDx acerca de cómo ser mejor persona y a ver programas de Movistar +. La Resistencia es tu programa favorito; Miguel Maldonado, Ignatius Ferray y Facu Díaz, tus humoristas favoritos. Ellos sí que son revolucionarios, a pesar de que se estén haciendo millonarios a base de criticar a quienes ya lo son. En cuanto a la música, te pones reggaeton, aunque te sientes luego mal por escuchar letras machistas. No te gusta nada Samantha Hudson, pero no te atreves a decirlo porque es un/a referente social. Ella es transgresora, lucha contra el orden hegemónico. 

El problema, querido N., es que no eres feliz. En realidad, tienes la sensación de vacío vital continuo. No ves la salida a ese laberinto de relaciones sin amor, de amistades sin sentimiento y de sexo desenfrenado. Lo sé, se trasluce de tus actos. Quieres cambiar, pero el posmodernismo que has asumido como propio no te deja. Sería romper con todo lo que eres, con los propósitos vitales que tienes, con las ideas que defiendes. Pero, amigo, por favor, déjame decirte que es posible una vida mejor, una vida de afectos sinceros. Una vida donde no prime el placer instatáneo, sino un placer, aun menos sentido, más duradero. No te conviertas en un cuarentón soltero, sin hijos, sin amigos y cuyo único plan sea irse a los garitos modernos a escuchar indie y concienciarte de que tu existencia en este mundo es dañina por la huella de carbono que estás dejando, de que tienes que pedir perdón constantemente. Cuando el fracaso vital te invada, cuando te des cuenta de que el tiempo pasó y tú lo desaprovechaste embaucado en las corrientes relativistas, no culpes a nadie. Has sido tú el único responsable del hastío que te percute sin cesar. Está en tu mano evitarlo. 

Con el deseo sincero de poder ayudarte,

Pablo Pareja, tu amigo que te quiere.


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