Lo más importante que he visto en mi vida: la gran gesta heroica de Manuel Escribano en el coso maestrante

Confieso de antemano que esta entrada va a estar muy por debajo de su contenido. Voy a narrar la hazaña épica que hoy ha protagonizado un héroe moderno, el torero de Gerena Manuel Escribano. 

Corrían las 18:45 de la tarde en Sevilla y en el albero de la Maestranza se disponía a salir de chiqueros el primer victorino de la tarde. Manuel Escribano lo esperaba a porta gayola, como suele hacer el diestro que mejor domina esta suerte. El toro no fue directo, sino que se despistó al principio yéndose hacia el burladero de su izquierda mientras que Escribano lo esperaba -no me imagino el miedo que se debe sentir en esos momnetos de espera-. Finalmente se arrancó y salió una suerte estupenda, limpia. Inmediatamente, cuando se levantó, se dispuso a torear por verónicas y, en la tercera, le corneó en el muslo derecho. Una vez en el suelo, le volvió a enganchar para darle un volteretón en el aire. Intentó aguantar, pero se fue a la enfermería.

Todo el mundo en la plaza pensó que la corrida se quedaba en un mano a mano Borja Jiménez-Roca Rey, pues una vez se entra con cornada en la enfermería es sinónimo de operación. La corrida siguió, con dos grandes toreros, cada uno en su estilo, pero dieron una gran tarde. Hasta que tras la muerte del tercero, la retransmisión de la corrida dio la noticia: Manuel Escribano había pedido que le operasen de la cornada con anestesia local (en contra del criterio del cirujano, que iba a dispensarle la general) porque quiere salir a torear el toro que le quedaba que, en lugar de en cuarto lugar como correspondería por orden de lidia, se lidiaría en sexto lugar. Cuando se informó por megafonía de la situación todo el público rompió a aplaudir, incrédulo: nadie podía creer que después de una cornada se pudiera salir a torear. Pero, amigo mío, estamos en los toros, el único espectáculo contracultural donde aún pueden verse gestas heroicas como esta. 

Cuando Borja Jiménez estoqueó al quinto, salió de la enfermería Manuel Escribano, sin taleguilla y en vaqueros, que, a la postre, eran del Chimmy Ávila, jugador del Betis e íntimo amigo del diestro. La plaza, a estas alturas, era un auténtico manicomio. Lo que no sabían era que este pedazo de torero, con esa sonrisa eterna que le caracteriza, iba, con los puntos recién cosidos y aún con el efecto de la anestesia, a irse, otra vez, a recibir su toro a porta gayola. La música rompió a tocar antes de que saliera el toro, la plaza vitoreaba "torero, torero" y él, inhiesto frente a la puerta de chiqueros, se santiaguaba encomendándose al mismo Dios para que le diera más suerte que dos horas antes. Para cuando lo hizo y le dio un ramillete de verónicas en el mismo sitio en el que a las 18:45 un toro, hermano del actual, le había cogido, todo el mundo en la plaza estaba de pie y yo con mi padre en mi casa estaba tremendamente emocionado. No he llorado, pero casi. ¡Qué vergüenza torera! ¡Qué ganas de triunfar!¡Qué forma de remendar de las desgracias y tirar hacia delante! Y, por qué no, ¡Qué cojonazos tienes, Escribano! Aunque ya lo era, pero desde hoy aquí tienes a un partidario tuyo acérrimo. Pero, hete aquí, que no se conformó con eso, sino que lo quiso banderillear -los toros del encaste Albaserrada son muy difíciles de banderillear- y lo hizo poniendo dos pares de gran exposición. Visiblemente cogeando, cogió la muleta y fue capaz de darle dos series de buena factura con la mano derecha. Se tiró a matar como si estuviera sano y lo mató con un volapié muy considerable. Los tendidos se tiñeron de blanco con los pañuelos del público, la emoción traspasaba la pantalla y el presidente concedió las dos orejas. Sí, señor. Muy merecidas. Volvió otra vez a la enfermería a que lo volvieran a operar, pero esta vez con la mejor medicina: las dos orejas del triunfo.

Esto ha sido una verdadera epopeya. Por eso es tan grande el toreo y, por eso, es el arte más bello del mundo. Como digo, una verdadera gesta del último héroe moderno. 

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